Conservo aún
el recuerdo, en el fondo de mi alma,
de esos
largos recreos, que en la puerta del convento,
sentadas en
la baranda, para el atardecer,
en el colegio nos daban.
Y cuando el
sol se marchaba, los campesinos sentados
a la sombra
de las parras, esperaban ilusionados.
Y como si
fuésemos hadas, se quedaban extasiados
en las
tardes de verano, si nuestro coro cantaba.
Si nuestras
voces sonaban, entonces enmudecían.
Los cantos
de las chicharras. Al parecer, entendían
que a los
buenos campesinos, nuestro coro, les encantaba.
Era el coro
de las niñas, de la Señorita Laura.
Cantábamos,
verdiales, fandangos, y malagueñas,
sevillanas y
canciones regionales, de casi España entera.
Canciones de
muchos lados y...un sin fin de melodías
que nos iban
enseñando.
Recuerdo
algunas de ellas. Lo hago con sentimiento,
pues la
inventamos nosotras, y aunque pasados los años,
las tengo en
mi pensamiento.
Por ejemplo:
una era, “La Torre del convento.”-
Y cómo les
voy diciendo, una lista interminable,
haciendo que
los vecinos, al final de cada día,
después de
duras jornadas, pasaran un rato agradable.
Ellos mismos
nos decían (y así nos daban las gracias):
“No dejéis
de cantar nunca, que al igual que las chicharras,
es un canto
de alegría, que alegra nuestra jornada.
¡Seguid
cantando, mis niñas!. ¡Niñas de la señorita Laura!
¡Seguid
cantando mis niñas!, pues nos alegráis el alma”.
María
de los Ángeles López
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