Yo recuerdo
con cariño ese lugar.
Era un
pueblo de calma sosegada. Un pueblo que de niña me acogió,
del que tengo
muchísima nostalgia.
Cuando, de él
me marché, y me encontré en la ciudad.
Me deslumbró
su grandeza, su luz y su hermosura,
allí me
quedé pegada, cual mariposa al candil
por esa luz
deslumbrada.
¡Yo me
sentía feliz!... ¡Pero no me acostumbraba!.
Al caminar
por las calles, me sentía diferente.
¡No eran
esos mis caminos, no eran esas mis gentes!.
Las personas
caminaban, como en una gran carrera,
para llegar
a sus metas. ¡Como si las persiguieran!.
Que
diferentes que son las casas de la ciudad,
unas encima
de otra...y para subir a ellas,
yo me canso
mucho más, que cuando subo de la vega.
Me ofrecen
el ascensor pero... ¡Señor, yo no puedo!,
ya que me da
mucho miedo, meterme en ese cajón.
Y en la
calle... ¿Qué te cuento?.
Pues... no
te dejan los coches cruzar a la otra acera
hasta
después de varios intentos.
Para cruzar
la ciudad, cogen el metro, ¡que horror!,
Todo está
frío y oscuro. ¡Cristiana, yo se lo juro!
¡Caminando,
voy mejor!.
Por esto y
por otras cosas, dando vueltas al pensamiento,
de haberme
marchado del pueblo...
¡les digo
que me arrepiento!
¡Quiero
sentir aire puro, ese aire de mi valle!.
¡Quiero ver
de nuevo el río!. ¡Quiero volver a mis calles!.
¡Quiero como
el pájaro libre, alzar mis alas al vuelo!
Y así en paz
y tranquila, hasta que me llame el cielo para entregarle la vida.
María Ángeles
López.
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